Décadas de ciudad, alejada del mundo real (el mundo de los árboles, flores, animales, tormentas, sol, lluvia, viento, nieve, hongos, muerte, vida, reproducción…) me fueron desconectando respecto a cómo enferma y sana nuestro cuerpo.

Vivir en la montaña me abrió los ojos. Caminar durante horas cada día, observando mi entorno, viendo cómo se comporta la Naturaleza cada día y en cada estación del año, me dio una perspectiva mucho más humilde y sencilla sobre la salud.

Cuanta más desconexión de la vida, más miedo a que nuestro cuerpo enferme, y más necesidad de estar en la mente para anclarnos a algo que nos de seguridad, aunque sea falsa.

La mente nos sirve para controlar y desde ese prisma también miramos la enfermedad.

Nos agarramos a la seguridad que nos da un médico, terapeuta, medicamento, suplemento nutricional, diagnóstico… creemos que controlando dominaremos lo que nos pasa y lo venceremos.

La Naturaleza, y por supuesto nuestra naturaleza (que es lo mismo), no funciona así. La curación se da aun sin cerebro y sin entendimiento. La curación es la capacidad del Ser Vivo de volver a su alineación y ese es un acto instintivo, natural y en sintonía con la pulsión de la vida.

Nuestra labor no es luchar contra la enfermedad, y mucho menos tratar de controlarla, sino proporcionarle al organismo las herramientas básicas para que la Naturaleza que vive en él haga el trabajo de reparación.

¿Y cuales son esas herramientas básicas? Pues eso, lo más básico de la vida: alimentación real, descanso, movimiento, sol, aire puro y tranquilidad mental.