Qué vueltas más mágicas da la vida.

Actualmente, por circunstancias y a temporadas, estoy viviendo en Lleida. Justo al lado de casa hay un pequeño y modesto parque. Hasta aquí todo normal pero la casualidad (o causalidad) es que este parque está dedicado a mi bisabuela, Victorina Vila. Todos los lugares del mundo donde podría vivir, he encontrado un lugar, sin querer, al lado de este entrañable rinconcito.

La historia de Victorina es curiosa. Fue una mujer muy avanzada para su época.

Fue una de las primeras mujeres en Lleida que estudió bachillerato. Tocaba guitarra, chelo y piano.

Tuvo ocho hijos, aunque sólo sobrevivieron cinco (uno de ellos, mi abuela, Oma, de la que he hablado en anteriores posts).

Compartió con su marido (mi bisabuelo Frederic Godás) la pasión por la pedagogía y juntos fundaron el Liceo Escolar de Lleida: una importante escuela de principios del siglo XX, muy progresista y revolucionaria que fue objetivo de los fascistas y bombardeada en la Guerra Civil (murieron 48 niños y varios profesores).

Victorina a los 50 años, ya viuda, pidió plaza de maestra en un pueblo de montaña, Eller, donde vivió unos 5 años. Y aquí viene otra casualidad (o causalidad), curiosamente yo a esa misma edad también me fui sola a vivir a la montaña a un pueblo a pocos kilómetros de Eller. Me emociona saber que lo que yo veo cuando camino por esas montañas es lo que también veía mi bisabuela... y quién sabe, tal vez ella se sintió tan feliz como me siento yo en plena naturaleza.

Victorina se exilió a México durante la guerra y ahí vivió casi 30 años hasta su muerte en 1962.

Cada vez que salgo de casa, paso por el parque. Quién le iba a decir a la bisabuela Victorina que algún día su bisnieta se columpiaría en un parque dedicado a ella, y quién me iba a decir a mí que algún día encontraría la esencia de mi bisabuela impregnada en los árboles de un parque de Lleida.